¿Quién no se ha sentido alguna vez triste, decaído y sin encontrarle sentido a su vida? ¿Sintiendo que la vida no es más que un sinfín de desgracias y que no quieres seguir más aquí?. Yo he estado en ese estado varias veces en mi vida y sé que no es nada fácil vivir así.
Desde niños se nos enseñan unos estereotipos de cómo se ha de ser físicamente, de cómo ha de ser tu vida, de todo lo material que has de conseguir… pero nadie nos enseña inteligencia emocional, a amarnos y aceptarnos a nosotros mismos, seamos como seamos y tengamos lo que sea que tengamos.
Nadie nos enseña inteligencia emocional
A veces, la vida te golpea cuando eres un niño y no sabemos cómo gestionar esas situaciones por nuestra corta edad. Todavía no tenemos todas las herramientas para poder gestionar bien las situaciones. Así que vamos creciendo con esas heridas, con esas carencias y nos convertimos en adultos infelices que muchas veces no sabemos salir de ese sitio oscuro en el que vivimos.
Desde mi humilde experiencia, el secreto, para mi, yace en saber apreciar esa unicidad que somos cada ser humano: maravillosos e irrepetibles, con características propias que nos hacen únicos. Todo empieza por aprender a amarnos a nosotros mismos, desde la aceptación y el respeto hacia uno. Sabiendo valorar todas esas cualidades que nos diferencian de los demás. Y fue, entonces, cuando supe amar a los demás de una manera equilibrada y sana.
Aportando eso único que llevamos dentro a este mundo y haciendo aquello que nos hace felices nos convertirá en personas satisfechas a todos los niveles. Pensad, ¿cuántas personas viven agobiadas en trabajos que no les llenan?.
Todo empieza por el amor propio
¿Cómo amarte y ver las cosas de colores cuando nunca te has amado y lo ves todo negro?. A mi me ayudó separarme de aquellas personas que no me dejaban crecer, ni ser yo misma. El tener la valentía de romper con trabajos que me hacían sentir vacía y dedicarme a aquello que me llenaba. El creer en mi y mis fortalezas. El demostrarme que si ponía mi esfuerzo en aquello que disfrutaba, lo podía conseguir con paciencia.
Me ayudó el ver las cosas positivas que ya tenía en mi vida y que no había sabido ver por mi dolor. El saber apreciar las personas y el amor que me rodeaba y que tampoco había podido ver hasta entonces, amando mis defectos y mis virtudes. Me ayudó el ponerme objetivos a corto plazo y que fueran asequibles para, paso a paso, ir consiguiendo todo aquello que me iba proponiendo.
En mis épocas más oscuras me ayudó el tomarme las cosas día a día, conseguir completar ese día ya era todo un logro del que estar contenta. Y seguía así hasta que me daba cuanta que ya llevaba semanas aguantando al pie de cañón y que estaba un poco mejor que el primer día. Esto me daba esperanza de poder seguir luchando y mejorando.
La fuerza invisible
Pero debo reconocer que lo que más me ayudó fue una presencia invisible, algo que me sostenía todo el tiempo, que me ayudaba a seguir un día más. Esa fuerza que me llevó al mundo de la espiritualidad y de las terapias para poder ayudarme a mí misma y a los demás, que me llevó a querer mirar en mi interior y a enfrentarme a mis traumas para poder empezar a disfrutar, por fin, de mi vida.
Como seres humanos, tenemos una fortaleza y un potencial increíbles pero nadie nos ha enseñado a usarlos. Y aunque esta no es más que mi historia personal, mi proceso de vida y las terapias aprendidas me permiten poder entender a las personas que vienen a mi, pidiendo apoyo, y poder ayudarlas.
Yo soy una prueba de que hay esperanza y de que se puede salir de ese agujero y ver la Luz. Y pongo esas herramientas a tu servicio, si deseas de corazón emprender la aventura de ser Feliz.
Te acompaño en tu liberación del dolor del pasado y del presente para que recuperes tu poder interior.